Josefina y Mayerlis respiran coraje y amor comunitario

Josefina y Mayerlis respiran coraje y amor comunitario

Josefina Klinger Zúñiga, de 59 años, y Mayerlis Angarita Robles, de 40, son dos mujeres, dos historias que se hermanaron en la violencia que sufrieron y que coinciden en su trabajo a diario como lideresas sociales y defensoras de los derechos ambientales y humanos en Chocó y en los Montes de María. Y en ese cruce de caminos y de labor por las comunidades, ambas ganaron el premio IWOC, o Mujeres Coraje, del Gobierno de Estados Unidos, en 2021 y 2022, recibiéndolos este año en Washington.   

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Por: Buque de Papel. Fotos Mi Diario, Corporación Mano Cambiada y Narrar para vivir


"Nosotros somos un territorio de paz; somos un territorio para la vida": Josefina Klinger


Buque de Papel las entrevistó y comenzó con Josefina Klinger, quien a diferencia de la canción de Joaquín Sabina, que dice "por decir lo que pienso sin pensar en lo que digo, más de un beso me han dado y más de un bofetón", la líder chocoana es coherente con lo que piensa y siente y así lo dice, directo y sin escalas:


Buque de Papel: ¿cuáles son los objetivos y qué tareas realiza la Corporación Mano Cambiada? ¿Por qué el nombre de la corporación?


Josefina Klinger Zúñiga: la Corporación Mano Cambiada tiene el objetivo de promover modelos de autogestión territorial en territorios rurales del país, a través de la actividad económica. Para nosotros en Nuquí, es el turismo.


El nombre de la corporación nace de una práctica ancestral que se ha olvidado y que nosotros tenemos el gran propósito de volver a poner en el centro. Y esto es que, en el Pacífico, no había o hay fluidez de dinero, pero sí recursos. Entonces, la gente usaba la “minga” para todo, para socializar y definir un mismo objetivo; el trueque, para intercambiar productos tangibles, y el proceso de “mano cambiada” para intercambiar oficios. 


Las mujeres lo usamos mucho en los partos y en la crianza de los hijos y los hombres lo utilizan más para las tareas propias que desarrollaban como la agricultura, las construcciones, y otras Labores que implican mano de obra. Digamos, ese era un modelo que nos permitía tener una relación donde el dinero no era el mediador.


Queremos que esta filosofía se vuelva a implementar donde el dinero sea un intermediario más, pero no el único. Notamos que una vez entró el dinero y se ganó el protagonismo en la relación de intercambio, estos otros modelos que son profundamente poderosos, se fueron perdiendo. La corporación toma ese nombre para honrarlo y sobre todo para ponerlo en el imaginario y en la dinámica de las nuevas generaciones.


B.P: ¿cuántas personas trabajan en la corporación y cómo se logran los recursos para funcionar?


J.K.Z.: la Corporación Mano Cambiada tiene seis corporados. Nacimos luego de toda una búsqueda y analizar por qué este tipo de asociaciones, como las corporaciones tradicionales en el país no funcionaban. Yo no creo en las asociaciones donde todos estamos con las mismas carencias y no tenemos la misma motivación. Aprendí y descubrí que lo que mejor funciona en territorios como el mío, en el Chocó, son los ecosistemas que se convierten en un modelo económico que integra los conceptos de la minga, del trueque y de la mano cambiada, con empatía, además. ¿Por qué? Porque usted realmente hace sinergia cuando tiene empatía. Y en la asociación existente hoy en el país no hay complementariedad porque son más organizaciones políticas. 


Entonces, en este modelo, necesitamos resolver el tema económico, pero hacerle vivir al turista una experiencia maravillosa con lo que cada uno tiene. Aquí se gana dinero, pero nadie es jefe de nadie. Nos une la motivación de ganar unos recursos ofreciendo servicios de muy buena calidad, pero donde cada quien pone su parte. Y eso hace que la experiencia del cliente sea extraordinaria. Esa es “economía minga”, como le digo. 


Este ecosistema, para el caso de Mano Cambiada, pasa por cerca de 50 emprendimientos, donde lo que hacemos es compartir los mismos valores, de la palabra, de cumplirle al cliente, de cumplirnos, la confianza y créame que ha funcionado. Yo creo que es un modelo en donde también hay riesgo, en cuanto a la calidad de los servicios ofrecidos. Pero precisamente nuestro trabajo es ir a mirar el estándar para saber quién está maduro y que pueda entrar a esta cadena de valor.


Nuquí es pueblo con hoteles y no hotel con pueblo


B.P.: son años de trabajo suyos por y para la comunidad, desde Nuquí, en el departamento del Chocó ¿Cómo fue su historia?, ¿Qué la motivó a trabajar por y para la comunidad?


J.K.Z.: fueron varios momentos, pero el que más marcó es que yo me devuelvo a Nuquí —después de haberme ido pequeña— a vivir con mis dos hijos; ya estaba separada. Y ellos iban a la escuela y a mí me parecía muy complejo, dijéramos, que me lastimaba mucho que pasaban tres días o más y no tenían clase. Y cuando preguntábamos por el docente nos decían que “se había ido”, que “le habían dado permiso”. Así mismo nunca nos entregaban información ni boletines (notas) y cuando reclamábamos lo que teníamos era una reacción en contra de nosotros, lastimando y segregando a nuestros hijos, y de alguna manera los poníamos en riesgo.


También, no compartía la forma como se ejercía el liderazgo desde el sector del bien común, o la política. Y eso me motivó a moverme. Con el transcurso del tiempo fui enfocándome en el tipo de liderazgo que quería y ante todo lo que quería lograr. Ya por ese tiempo habían llegado a Nuquí a comprar las tierras, las playas. Nosotros tenemos 956 kilómetros, y de esos, 45 kilómetros son playas y ya están vendidas; la gran mayoría en otras manos, no en las de nosotros. Solo tenemos la zona de franja, cercana a las playas. Esto me hizo pensar que la actividad turística iba a estar en otras manos y no en las nuestras, dejándonos un solo rol por cumplir: el de la mano de obra. No; dije que nosotros teníamos que enfrentarnos a esa situación y lo íbamos a hacer de manera integral, porque para nosotros el territorio tiene una visión distinta a quien compra un pedazo de tierra. Y la responsabilidad de poner las reglas, de marcar la cancha, es del anfitrión. 


Ya había salido la ley 70 de 1993, de comunidades negras, y empiezan los consejos comunitarios afro a funcionar. Teníamos que ser coherentes con la promesa que se hizo con esta ley, que resolvió en parte la titulación de territorio, y era darle un modelo económico. Así que decidimos hacer uno propio, basado en nuestra cosmovisión. Para nosotros el territorio es ese espacio donde el alma materializa la misión. Y esto se estaba desconfigurando con la venta de la tierra. 


También, estábamos desafiados por la amenaza constante de modelos de desarrollo que no van en concordancia con nuestra dinámica social y cultural y ponen en riesgo el mayor valor que es el medio ambiente. Lo otro que queríamos era quitarle protagonismo a la guerra y a los hoteles, porque nosotros no somos un hotel con pueblo, nosotros somos un pueblo con hotel, y eso había que liderarlo. 


B.P.: ¿cómo ha enfrentado y enfrenta Josefina Klinger las presiones y en determinado momento las amenazas en su contra? ¿Cómo fue ese momento oscuro y se superó?


J.K.Z.: hay varios tipos de amenazas. Primero, son nuestros propios pensamientos, esos lados de sombra que nos hacen tener muchos temores, pero también hay uno sistemático y que está validado, y es ese de la descalificación; ese de la “narrativa”. Lo que hace ese tipo de amenaza es desconfigurar y tú puedes pasar de ser una víctima de ello, a que la persona te pueda llevar a ser el victimario. Te desdibujan a través de un imaginario y una narrativa. Insisto en que este tipo de violencia no se evidencia y se valida. Y esa actitud, ese tipo de violencia, es la que puede desembocar en una amenaza más grave, como la de muerte, o la que te saquen del territorio.


Yo he pasado por varias: desde que me quemen la sede, que se roben las lanchas, que me “juzguen” que nos robamos los recursos; y a esas nos enfrentamos los líderes; y sobre todo cuando las comunidades siempre están convencidas de que las soluciones no van a salir de ahí mismo y de sus propios líderes, sino que vienen de afuera; esa actitud del asistencialismo marca mucho en ese territorio.


Más allá de haber tenido que irme exiliada y tenerles miedo a las balas de un sicario, mi trabajo y mi preocupación, mi “coco”, está en cómo todos los días pierdo mis propios miedos, los desafío para ir a encarar los de mi comunidad y que son estructurales y que requieren de un trabajo profundo y un liderazgo centrado más desde el espíritu, que desde la rabia y en lo que está afuera, que a la larga es pasajero y es el resultado de un entramado contra lo que sentimos y pensamos. 


El puerto que no fue y las ballenas 


B.P.: Josefina con trabajo y mucha decisión se enfrentó a poderes incluso presidenciales, como los del proyecto de montar un puerto en la ensenada de Tribugá. ¿Cómo se hizo este trabajo en favor del cuidado ambiental y de la comunidad?


J.K.Z.: este puerto ha sido de la mirada que tiene la empresa privada y los gobiernos, dependiendo de su enfoque político.


Yo estaba en mi trabajo cuando escuché hablar del proyecto de construir el puerto de Tribugá. Y precisamente es el trabajo que decido hacer desde la corporación.


Uno muchas veces cree que son los alcaldes, los consejos comunitarios y autoridades competentes las que van a liderar y me di cuenta que la sociedad civil tiene un poder grande. Y en esa medida, decidimos crear esta organización para tener validez.


Para mí lo importante era crear el modelo económico, para que, cuando volvieran a hablar de un puerto —cuya construcción demoraría más de 20 años— contáramos con el espacio para tener el modelo de desarrollo con todas las aristas, y así como sucedió hace dos años, donde pudimos no descalificarnos entre negros y blancos, entre pobres y ricos, entre víctimas y victimarios. La comunidad se puso de acuerdo en que su modelo de desarrollo está sustentado en los valores del territorio: biodiversidad y cultura. 


Y ese modelo económico ya nos está dando resultados. Comenzamos recibiendo 500 turistas al año, hoy son 15 mil a 20 mil al año. Y eso ha dinamizado la economía. Si nos hubiésemos quedado cruzados de brazos, la economía solo estaría en manos de quién compró la playa o del foráneo que puso el negocio.


Nosotros necesitamos insertarnos de manera real; que la gente que vivía con un salario mínimo, o menos, hoy pueda facturar más de 300 millones de pesos y que pueda mandar a estudiar a sus hijos a las universidades que quiera.


En esa medida era importante formar una generación de relevo. Puedo decir que quien tomó las banderas de decir que el puerto no era la solución fueron los jóvenes a los que veníamos estimulando desde que tenían cinco años. Pero había que cambiar el imaginario y lo que hicimos fue crear una estrategia de marketing, con una marca propia, para que pudiésemos resistir y oponernos a la construcción del puerto con muchos aliados.   


Fíjese que esto es tan difícil, todavía, en Colombia, porque el país aún nos ve pequeños. Después de este trabajo comunitario de tantos años vi en un periódico tradicional, que decía “los ambientalistas y los actores de la región, se le tiraron el sueño a Álvaro Uribe”.  Primero, no es Álvaro Uribe el protagonista de esta historia; y segundo, no fueron los ambientalistas ni los periodistas, fue la comunidad organizada, que ya tiene un modelo, y al que se suman otras propuestas de diferentes líderes sociales, como la zona exclusiva de pesca, tareas todas que van encaminadas a lo mismo: a la defensa del territorio. Todavía en el imaginario del país se cree que no fuimos nosotros, sino los ambientalistas; ellos fueron nuestros aliados, pero en un territorio, el que juega de anfitrión y el que marca la cancha debe ser la comunidad. Esa fue nuestra tarea y se evitó que la discusión se centrara en la descalificación personal.   


B.P.: ¿se puede combinar cuidado ambiental y turismo? ¿Cómo impulsar más el turismo a este paraíso en el Chocó?


J.K.Z.: sí se pueden combinar. Las actividades que hacemos los humanos traen impactos sociales y ambientales. Yo digo que, en las áreas naturales, como las nuestras en el Chocó, la geografía humana es tan frágil, como los otros ecosistemas. 


Insisto, la naturaleza pone el 70% y el 30% lo ponemos los humanos. Pero en ese pedacito del 30%, los humanos no somos conscientes del cuidado que debe darse al ecosistema y al territorio. Y el turismo provoca impactos no solo ambientales sino sociales. Los impactos sociales demostrados del turismo hay que trabajarlos, monitorearlos. La comunidad no se da cuenta cuando está cambiando y el visitante que dura entre tres y ocho días, tampoco. ¿Y el empresario? Ese no es su enfoque. Nosotros llamamos la atención en este tema porque el impacto es grande.


El turismo nos ha servido para revalorizar la cultura; la gastronomía volvió a ser el centro; a nosotros nos llamaban “cocineras” de manera despectiva cuando íbamos a las ciudades a hacer esta labor, y hoy esta palabra ha ganado todo el protagonismo y el liderazgo. Este es uno de nuestros mejores valores agregados y diferenciador de nuestras actividades.


Así mismo la arquitectura. La gente cambió sus casas de madera por las de cemento, porque se les dijo que así tendrían más “estatus”, y hoy el turista nos hizo regresar a las cabañas, a la madera, a usar los materiales de la misma zona. 


No obstante, hay pendientes: una cosa es lo que pueda hacer el empresario, el emprendedor, la sociedad civil, pero el Estado pareciera no ir al mismo ritmo. Entonces, dentro de la estrategia tenemos la de lograr recursos para el equipamiento del destino, porque consideramos que la pobreza y el turismo no pueden ir de la mano. El modelo económico que se forjó en destinos de Colombia fue muy exitoso para los empresarios que lograron insertarse allí, pero la comunidad está empobrecida. Hoy esto no tiene razón de ser, en especial con la visión del nuevo viajero.


El viajero que hoy visita Colombia es sensible con la responsabilidad social y ambiental. Y en equipamiento hay vacíos grandes. Por ejemplo, necesitamos hacer un llamado a todas las instituciones competentes y aliados privados, públicos, ONG, a que detengamos el ecocidio que se está haciendo en la playa: desde hace 25 años, en Nuquí, los mandatarios locales ordenaron enterrar la basura en la playa. Y, entonces, todo el trabajo que hicimos para defender al ecosistema de Tribugá e impedir la construcción de un puerto, se pierde hoy con el envenenamiento de sus playas con la basura. 


Y no es que no hayan hecho esfuerzos, lo que pasa es que no lograron resultados. Mi gran llamado es a que juntos encontremos la manera integral y corresponsable: la comunidad debe aprender a separar los desechos en la fuente y tener cultura de economía circular; y el Estado tiene que poner los recursos para ayudarnos a hacer ese cambio cultural. 


B.P.: ¿Qué historia recuerda que la haya marcado como persona y como defensora de los derechos humanos? ¿Y por qué la memoria es importante como ejercicio de no repetición de los horrores que se han vivido en el país?


J.K.Z.: historias han sido muchas. Digo que cuando los adultos se están dando bofetadas por las mejillas, los niños se están dando besos y abrazos. Un niño me gritó un día, “Jose… ya voy a cumplir ocho años para ir a ver a las ballenas, que son nuquiseñas”. Resulta que el sueño de los niños en Nuquí es ir a ver las ballenas jorobadas que llegan a Tribugá durante el segundo semestre del año, pero la capacidad económica de su familia no les da. Solo van los turistas. 


Entonces, hacemos el festival de cohesión social y de relevo generacional —del 9 al 15 de octubre— y a los niños y niñas que ganan los concursos, 100 a 150, los llevamos al Parque Nacional Natural de Utría y así complementamos su proceso de formación, y no solo desde las aulas. Tuve que dejar de hacer el festival los tres años que estuve exiliada por las amenazas de muerte. 


Insisto en que hay que crear los Centros de Innovación Ambiental y Cultural para niños y jóvenes, donde la calidad de la educación se complemente a través de su sensibilidad con el medio ambiente y la cultura. 


Otros momentos muy fuertes para todos nosotros ocurrieron con los secuestros de los turistas y el destino se venía a menos. El esfuerzo de todos se caía, la desazón nos ganaba. Y en esos momentos nos poníamos de pie.


Cuando la guerrilla secuestraba los turistas, comenzamos una estrategia para impulsar y contar lo positivo que es más sobre la región. Y cuando trajimos a los periodistas para ayudarnos en este aspecto, hubo momentos en que los paramilitares los retuvieron. 


Este fue un proceso que se dio en medio de las balas, con dos grupos armados claramente identificados y nos tocó crear una ruta donde los protagonistas no fueran ellos, ni los políticos indecentes, ni los hoteleros; somos un pueblo que vibra, que tiene fuerza e historia. Lo mejor que tiene Nuquí es su naturaleza y su gente. 


Y eso ha sido construido con una paciencia, con persistencia y con un mensaje poderoso de paz. Nosotros somos un territorio de paz; somos un territorio para la vida, donde los niños tienen que ponerse en el centro para que pueda haber futuro; que el territorio pueda mantenerse en el mejor estado y que no solamente lo disfrutemos nosotros, sino el planeta entero.


“Si tocan a una nos tocan a todas”: Mayerlis Angarita Robles


Buque de Papel: Mayerlis, con 40 años de vida, cuenta con una trayectoria en la defensa de los derechos humanos y como la mayoría de los líderes sociales llegó a esta labor porque vivió en carne propia la violencia. ¿Cómo fue su historia y el momento en que empezó a trabajar por los derechos humanos?


M.A.R.: la verdad, mi historia, se parece a todas las del país, porque somos más de 9 millones de víctimas y a todas nos tocó el conflicto. El contexto fue diferente, pero a todas nos une el dolor y la resistencia y resiliencia, también. Mi historia particular fue la desaparición de mi mamá (Gloria Robles Sanguino). 


Sin embargo, hubo algo que me impulsó a la edad de 18 años y fue entrar y acompañar a las víctimas y familiares de la masacre de El Salado. Estuve con el padre Rafael Castillo, Soraya Bayuelo, Modesto, y con una profesora que tiene un trabajo importante en el Carmen de Bolívar


Allí entré siendo una niña, porque a los 18 años no se conocen mucho las dimensiones ni el impacto de la guerra, pero las viví en carne propia. Eso me hizo entender que había que hacer algo. Me junté con otras mujeres para sanar, para hablar sobre lo que nos había pasado porque nos estábamos ahogando, y no poder hablar nos estaba matando en vida. Por eso decidimos crear Narrar para Vivir, que es lo que hacemos hoy en día.


B.P.: ¿en qué consiste Narrar para Vivir, que nació en 2000? 


MA.R.: a través de la Olla Comunitaria, de los encuentros, decidimos contar. Este es un trabajo de acompañamiento psicosocial y de catarsis que nos permite sanar el corazón. Eso es lo que hacemos al narrar. Eso llevó a que otras compañeras que están en todos los municipios de los Montes de María asumieran Narrar para Vivir; se empoderaron. Son mujeres súper poderosas, como les digo, porque hacen maravillas: salen todas las mañanas a trabajar, atienden a los hijos, tienen que estar en la comunidad, realizan trabajo psicosocial, van a formarse, y deben llegar a las comunidades a las charlas. Y es un trabajo gratuito. No se cobra y no se paga.   


B.P.: Mayerlis, veintitrés años después de la masacre de El Salado, ¿las víctimas de la violencia en los Montes de María aún la buscan, a la red de Narrar para Vivir?, ¿Cómo se hace ese trabajo de acompañamiento y contención?


M.A.R.: ahora más que nunca. Nosotras entendimos que eso ocurrió hace 23 años y éramos víctimas desoladas porque cada una estábamos por nuestro lado. Pero hoy somos poderosas, porque la fortaleza de la red es que estamos juntas, si tocan a una nos tocan a todas. Y concebimos que somos sujetas de derechos. Cuando tú entiendes que hubo un grupo armado o un victimario que te vulneró los derechos y que tienen que restablecerse, repararse y resarcirse tú te conviertes en una persona sobreviviente sujeta de derechos y sales de ese estado victimizante en el que ellos te dejaron. 


Muchas, muchas mujeres, muchos hombres, hoy, llegan a Narrar para Vivir, recibiendo no sólo el acompañamiento psicosocial, sino que quieren conocer de sus derechos. En la red Narrar hay 1.150 mujeres y hay mucho trabajo avanzado por la base social y organizaciones muy bonitas, como Las Mujeres de Mampuján, el Colectivo Línea 21 y seguiría mencionando y no terminaría. En Montes de María hay procesos muy bonitos y significativos. 


Todavía falta llegar a regiones y lugares y veredas apartadas de Montes de María y a personas y mujeres que todavía necesitan del acompañamiento psicosocial. Si nosotras no sanamos nuestro dolor no podemos salir a hablar de perdón, paz, ni reconciliación, y más en el actual contexto que se habla de Paz Total.


En Montes de María tenemos hoy un actor armado que es el Clan del Golfo, y que está ahí, que no lo podemos negar. Tenemos que avanzar en esa “conversa” con nosotras y nosotros de la sociedad civil, quienes hemos construido paz en medio del conflicto.   


B.P.: ¿cuál ha sido el papel del Estado en estos 23 años allí en la región?


M.A.R.: la verdad, en los temas de seguridad, nosotras siempre hemos pedido una protección con enfoque diferencial, teniendo en cuenta las necesidades de nosotras las lideresas. En eso todavía falta mucho por avanzar. Pero hay que reconocer que yo estoy viva porque he tenido garantías, como otras compañeras de la red Narrar. He sobrevivido a los atentados en mi contra por Dios y porque el esquema reaccionó a los ataques; si no, no estuviera hablando hoy con ustedes. 


En el último atentado, el 19 de mayo de 2019, estaba en Barranquilla con mi hija y mi sobrina. A Dios gracias salimos todos con vida. Tenemos que avanzar más en medidas complementarias integrales de protección, es decir medidas colectivas, que garanticen una sostenibilidad en la protección; hay que ir más allá de los hombres armados y de los carros blindados. 


Es lo que Narrar ha venido practicando y lo que nos ha dado resultados. Nosotros hemos sido amenazadas y perseguidas, pero no solo por los grupos ilegales; también por la politiquería tradicional; hemos sobrevivido a campañas de desprestigio; hemos sobrevivido a montajes en la Fiscalía; y actualmente seguimos resistiendo a esas persecuciones que buscan acabarte moralmente, que buscan acabar un nombre, que buscan dañar a la persona, no con armas, porque no solo con ellas matan a las personas; no solo las balas te matan, también te matan con la palabra y con la mentira. 


Entonces, hay que darle gracias a Dios porque hemos sido una red muy fuerte. Además de enfrentar a los ataques de la violencia armada, también tenemos que resistir a toda esta estigmatización que existe alrededor del liderazgo femenino. Y más en una región como la costa caribeña y los Montes de María ¿no? Pues venimos de una cultura patriarcal y un poco machista.


Hoy estamos haciendo un cambio y rompiendo esos paradigmas y somos nosotras, las mujeres, las que estamos construyendo paz las que decimos: “aquí, de esta región no nos sacan, ni queremos más armas”


¡Y vamos a seguir alzando la voz! y vamos a seguir siendo la voz de aquellas que no pueden hablar porque tienen un fusil en la cabeza. Y no es porque yo no lo tenga, es porque yo tengo otras garantías que ellas no tienen. 


Narrar para defender la memoria


B.P.: ¿Por qué ejercicios como la red de mujeres Narrar para Vivir son claves para la reconstrucción y preservación de memoria? ¿Cree usted que la memoria es clave para la no repetición? 


M.A.R.: precisamente, en el Museo Nacional, en Bogotá, se llevó a cabo hasta el 17 de septiembre la exposición El Vuelo del Mochuelo, nuestra ave emblemática de los Montes de María, y que dirige Soraya Bayuelo, la periodista creadora de la Línea 21. Ella ha llevado esta muestra itinerante a diferentes regiones del país, contando todo lo que sucedió y ahora la muestra regresó a la región. 


Este es uno de los muchos ejemplos de trabajo social que se adelanta en la zona, y no solo somos nosotras en Narrar. Es lo que hemos construido las mujeres en medio de esa desesperanza; hemos enseñado a mantener la fe y a recobrar las ganas de vivir. 


El tema de la memoria es muy importante cuando se habla de las memorias de género contadas desde la visión de las mujeres. Es importante para que la descendencia, las futuras generaciones no nos sigan ocultando. Que los niños y niñas conozcan y que en las mismas instituciones no se olvide que hubo fallas por parte del Estado y no podemos permitir que esas fallas ocurran de nuevo, porque si se repite ese horror se pierden vidas.


También, cuando hay una comunidad fortalecida estos grupos armados no pueden tener el control territorial ni hacer su accionar político, que quieren direccionar.


Yo seguiré alzando mi voz, porque mi voz es poderosa, no porque sea yo, sino porque estoy rodeada de mujeres valientes, fuertes. 


Para nosotros fue súper importante la visita de la Vicepresidenta Francia a los Montes de María, que estuviese en la casa que se creó como el primer territorio femenino de paz, en 2014, y para no olvidar los hechos sucedidos y el trabajo que hicimos y hacemos para la construcción de paz. No queremos que toquen a mujer alguna más en medio de este conflicto. Esta casa ahora tiene un mural como homenaje a la verdad y a la equidad; representa la lucha y la resistencia encarnada en nuestra vicepresidenta.


Hay que seguir adelante. Los violentos no nos pueden quitar nuestra capacidad de soñar y tenemos que seguir juntas y juntos en este proceso. No estamos solas. Estas acciones demuestran que sí se está haciendo un cambio y que no es solamente con discursos sino con tareas concretas, como que el Estado llegue a donde nunca vino.


B.P.: el pasado 15 de septiembre se llevó a cabo el lanzamiento de la ruta del cuidado en los Montes de María. Usted hace parte de los liderazgos de este certamen y de la región. ¿En qué consiste esta iniciativa y cómo se prepararon para ello? Estuvo la vicepresidenta, Francia Márquez.


M.A.R.: un hito en la historia. Nunca un alto funcionario del país había llegado al corregimiento de San Cayetano, municipio de San Juan Nepomuceno, donde viven cerca de 10 mil personas afrocolombianas. Ni siquiera algún ministro o ministra habían venido. 


La Ruta del Cuidado es muy importante para nuestro liderazgo. Es un programa que llega a mujeres y hombres que cuidan; no solo para las personas que están en cama, o niños de 1 a 5 años, o con discapacidad, es para quien cuida a estas personas; es decir ayudar a quien ayuda en cuanto a su formación con el SENA, en lo emocional, en lo psicosocial. Así lo entendimos y por eso es tan poderoso, porque tampoco se había avanzado en el país en una política del cuidado.


Además de San Juan Nepomuceno, también San Onofre y Maríalabaja se prepararon para este encuentro y participaron en el piloto del programa. A bordo de un bus, un equipo humano de formadores atiende a los niños cuando la cuidadora o el cuidador tienen que asistir a la cita de formación que se adelanta en el pueblo. 


Este es un programa que viene desde la Gerencia del Cuidado, de la Vicepresidencia de la República, a cargo de Natalia Moreno, y quien tiene mucha experiencia en el tema. Trabajó este tema en Bogotá y llega con todo un equipo muy comprometido. Además, el equipo para la región fue escogido con gente de aquí, de las comunidades, que conocen el territorio, con experiencia de verdades desde las bases sociales y desde la academia. Se les dio la oportunidad a gestoras culturales, a psicólogas, a normalistas, que son de la región. Eso le da un plus y una fuerza para garantizar la legitimidad del proceso. 


Al bus se le dio un toque diferencial, con una rampa para que personas en discapacidad puedan acceder. Lo más bonito del bus son sus colores y el personal humano. Va a estar recorriendo los tres municipios durante cuatro meses, atendiendo a la comunidad y espera impactar en la región. La apuesta que tienen es extender este servicio en toda la costa Caribe y el Pacífico.


Ahora, quién va a manejarlo, tendría que preguntarle la gerente Natalia Moreno

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