La literatura se quedó sin su tejedor de palabras

La literatura se quedó sin su tejedor de palabras

La madrugada del miércoles 17 de octubre (2007), a las tres, significó la muerte en una clínica de Bogotá y tras larga y tortuosa enfermedad, del gran patriarca literario colombiano Germán Espinosa. 

Por: Ignacio Ramírez, especial para Buque de Papel, Bogotá


Aunque el parte médico registra el deceso como consecuencia obvia de un cáncer en la boca motivado por su adicción al cigarrillo, todos sus lectores, admiradores y testigos de su presencia permanente en actos literarios, sabemos bien que fue la ausencia de su amada esposa Josefina Torres, quien se le adelantó un par de años en el viaje al infinito, la causa real de su partida. 


Lo había dicho: "el día en que Josefina se me muera, estaré listo para acompañarla". En efecto, quienes le conocían sabían de esa sacra devoción por su pareja, así como los vieron inevitablemente juntos en todas partes. Vivieron casi medio siglo de emociones y avatares y las memorias de Germán —La verdad sea dicha—, publicadas hace unos pocos años, solo meses después de que Gabo publicó las suyas, son una declaración de amor constante y vibrante del primero al último renglón.


Hace apenas una semana Cronopios publicó en su serie especial de Hombres y Mujeres de Palabra, un texto crítico sobre la verdad sea dicha, y allí precisamente se registra una de esas proclamas de afecto desbordado: 


Ángel de la guarda, mi dulce Josefina

 

"Las lectoras de La verdad sea dicha van a adorar a Germán Espinosa porque entre la polivalencia de temas, atmósferas e imágenes de sus memorias, hay una que parece la columna vertebral del libro y es su permanente declaración de amor a su esposa Josefina, quien, cuando la conoció, ‘poseía una belleza natural, sin artificios, como una rosa de agua’ y de quien, transcurridos todos los años de su compañía, asegura que sin ella, ‘sin su constante y a veces heroico estímulo, jamás habría emprendido, por ejemplo, la tarea abrumadora –aunque casi nadie, fuera de quienes la acometemos, la entienda así— de escribir una novela’. 


De ella habla con gratitud y ternura recordando los más bellos momentos de su vida, con admiración cuando hace referencia a su condición de pintora, con estremecimiento cuando evoca cómo fue el primer encuentro: ‘Yo palidecí y ella de pronto me quedó mirando, como si, de pronto, rebrotara en su mente una memoria antigua’. Con celo cándido cuando recuerda cómo la piropeaban los rotos en Chile. Con el amor en la cabeza y en el corazón y en las manos y en los labios, cuando recuerda que la poesía obró cual redentora de su espíritu agobiado por las "agresiones mendaces" que muchos, aún algunos a quienes consideraba sus amigos, emprendían en contra de su obra y a veces hasta con violencia física. 


Dijo entonces: ‘fue la poesía la que me redimió de todo ello. Y, por supuesto, el amor de Josefina, que era la fuente de esa poesía’. Eso es amor... ("Polvo seré/ mas polvo enamorado"). 

 

El tejedor de Palabras


En todo sentido, inclusive al escribir “La Tejedora de Coronas” y sus varias decenas de libros donde se incluyen novelas, cuentos, poesía, ensayo, etc., este auténtico clásico de la literatura contemporánea era un prestidigitador de la palabra, materia prima que poseía en abundancia para hacer alarde escrito y verbal con su sabiduría, cultura y erudición, virtudes de las que hacía gala en sus intervenciones públicas, a las que acudían lectores, críticos, profesores, estudiantes y por supuesto tejedores de sueños literarios. 


Uno de sus grandes amigos de toda la vida, el periodista Elkin Mesa, quien quizás sea el más profundo conocedor de los detalles de su vida, estaba en la mañana del miércoles pasado desolado por la pérdida de su entrañable amigo. Sobre su obra quedan muchísimos doctos y estudiosos, y quizás la más consagrada a esa búsqueda de sus claves y símbolos literarios sea la catedrática, poeta y crítica Luz Mary Giraldo. 


El poeta Juan Manuel Roca era su íntimo amigo, a quien Germán mucho admiraba y quería y con quien compartía sus ya cada vez menos frecuentes charlas literarias. Le faltó y extrañaba de forma permanente su colega Rafael Humberto Moreno-Durán, quien murió hace un par de años, también de cáncer. 


Sobre Germán Espinosa se pone uno a escribir y no termina nunca, aunque no haya sido amigo, ni confidente, ni cercano. Nada de eso era necesario. Bastaba ser lector. Y recordarlo con Josefina y su bastón, tejiendo coronas, tejiendo palabras. Se nos murió un auténtico patriarca de las letras. 

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