Por: Buque de Papel, Buenos Aires
La última. Como la palabra que debió pronunciar al morir, si es que tuvo lucidez al momento supremo de partir, la novela “zeta” u omega de Germán Espinosa, “Aitana”, es un canto de amor desesperado y nostálgico por el ser que hacía dos años había muerto: su esposa Josefina.
Y qué mejor que releer las palabras del escritor, entrevistado por el periodista colombiano Diego Guerrero, en mayo de este año, a propósito de la publicación de su obra, que cuenta con 404 páginas de literatura madura, exquisita y trabajada, como todo en Espinosa:
“La tarde en que Aitana murió, alentaban erectas todavía, en el jarrón de la mesa esquinera, las rosas blancas que un día antes habíamos traído (…). “Y cuando mis ojos se detuvieron en ellas, el pecho se me estrujó de ver cómo hubiera sido imposible, hacía menos de veinticuatro horas, imaginar que iban a sobrevivirla”.
Lo anterior es parte del primer párrafo de ‘Aitana’ (Alfaguara), el reciente libro de Germán Espinosa. Al verlo entrar en la salita abarrotada de objetos de su apartamento del centro de Bogotá, donde vive con Adrián, uno de sus dos hijos, es imposible no pensar que el corazón de ese hombre, como el del narrador de la novela, también está estrujado.
“Tengo un cáncer en la lengua y los médicos tratan de mejorarme. Creo que lo que tengo es la somatización de esto que me ha pasado”. El cartagenero se refiere a la muerte de su esposa, Josefina.
Ahora tiene la tez pálida y luce muy delgado enfundado en su bata café con bordes vinotinto, pantalones de pijama y pantuflas azules. De todos modos, no ha perdido ese porte que cualquier coterráneo definiría como de ‘cachaco’.
Dice, y cuentan quienes los vieron juntos, que, hasta el 18 de octubre del 2005, cuando la muerte acabó con 40 años de matrimonio, Germán y Josefina eran como un solo ser. “No aceptaba una invitación si ella no iba conmigo”, comenta el escritor. No importa si era lejos del país, era su condición para acudir y, casi todos, la aceptaban.
A veces, Espinosa interrumpe para ir a su habitación a aplicarse lidocaína para lidiar con el dolor. No puede usar analgésicos porque, dice, en el 2004 le hicieron un mal diagnóstico en un hospital y le arruinaron los riñones. Ahora prefiere la medicina alternativa. En uno de sus regresos trae un paquete de cigarrillos. Enciende uno. —No me lo prohibieron. Tres médicos me han visto y ninguno lo prohibió—.
¿Dónde empieza la novela?
En ‘Aitana’, el protagonista rememora la tragedia de la pérdida de su amada, los hechos misteriosos que la provocaron y que involucran brujerías y asuntos paranormales. También hay referencias a la soledad y el anhelo de que el amor supere a la muerte.
Según su novela, parece haber mucha envidia en el mundo de la literatura...
Hay envidias, zancadillas, traiciones, intrigas. Es probable que todas las profesiones sean así. El amor está presente en todo en la vida. “El amor mueve el sol y las estrellas”, dijo Dante.
En su novela hay odio, también. Tanto que un brujo persigue a los protagonistas.
El odio depende de la índole de cada quien, yo no he odiado a nadie. Sé de gente que odia con una intensidad que impresiona. Esos odios hacen que exista la magia negra. Causa terror y tristeza.
¿Usted escribió este libro como una catarsis?
Lo escribí por una promesa. Cuando estuve enfermo, en el 2004, estuve a punto de morir. Cada noche le decían a Josefina que de esa no pasaba. Eso le provocó un daño terrible. Ella —me contó un amigo, luego— decía que no me podía morir porque yo le había prometido escribir una novela. Esta es. Cumplí la promesa y me satisface.
¿Ha escrito más?
Un libro de poemas: ‘Memoria de Josefina’. Fue una manera de estar en comunicación con ella.
Los protagonistas pensaban, a veces, que el mundo era un artificio y que solo ellos eran ciertos. También que fueron almas que pactaron su encuentro antes de esta vida. ¿Piensa que usted hizo ese pacto con su esposa?
Contemplo la posibilidad de que haya ciertos encuentros amorosos pactados antes de encarnar y esos serían los grandes amores. Sería algo particular entre dos espíritus.
¿Cómo ve las cosas ahora?
Me siento agradecido de una vida muy bella con Josefina. Es un consuelo que, a la postre, no consuela. Fue algo tan profundo que es difícil aliviar, de la congoja tan grande. Vivo sumido en la tristeza, pero hago de tripas corazón, no me presento como agonizante, tengo muchas cosas por escribir. Tengo un asidero, que es la literatura, pero su ausencia nada la compensa. Faltan siempre las alas del amor.
En la novela hay la esperanza del reencuentro en otro mundo. ¿Cree en esa posibilidad?
Creo que Josefina me está esperando. Es aliviador, en cierto modo, pensar que volveré a verla y eso mitiga el dolor un poquito.