Castro Caycedo: la muerte pudo espera

Castro Caycedo: la muerte pudo esperar

Pocos en realidad, o muy pocos fueron esos momentos de encuentro con Germán Castro Caycedo. Y ocurrieron haciendo lo que gustaba y gusta: hacer periodismo y recorriendo la Feria del Libro de Bogotá.

Por: Carlos Fernando Álvarez C., Director Buque de Papel. Fotos: Carlos Duque y redes


La última donde coincidimos fue la de 2018. Estaba nervioso por el lanzamiento de A Gaitán también lo chuzaron, la segunda novela histórica de la trilogía en la que ando metido de cabeza sobre Colombia en los años 40, y cuya gestación surgió precisamente de una charla magistral que Castro dio en la Agencia de Noticias Colprensa en 2005.


Quienes trabajábamos en aquel entonces en la agencia teníamos un recorrido por este oficio y otros y otras jóvenes periodistas desarrollaban sus carreras en esta decanatura del periodismo en Colombia. 


Por intermedio del director de entonces, Víctor Diusabá una mañana de viernes, Castro Caycedo llegó con su imperturbable semblante de tipo recio, recorrido y forjado en mil batallas, con su aire de “papa salada” por el cabello cano de hacía décadas, cuando él mismo presentaba su programa “Enviado Especial”; el bigote mazamorrero a lo Serpa Uribe, y con las manos ocupadas: en una el celular (aún no existían los smartphones en Colombia) y en la otra la cajetilla de cigarrillos y el briquette o el encendedor. No paro de encender los Marlboro Light uno tras otro. El café terminó frío luego de tres sorbos que dio.


Su mirada se encendía como los puchos cada vez que esbozaba un tema o respondía alguna pregunta. Y mucho más cuando habló del libro que acababa de publicar: Que la muerte espere.

Son tres historias centrales las que lo componen, todas de casos donde la muerte es la protagonista.


Nos contó que los temas para los libros, a pesar de la creencia que en Colombia pasa de todo y no pasa nada, se le estaban agotando. Y un día decidió ir al Instituto de Medicina Legal, en la calle sexta, en el centro de Bogotá. Pidió poder consultar los archivos de las necropsias a ver qué resultaba. Y luego de horas de pasar y pasar folios llegó a uno que le llamó la atención: una chica de 20 años se había suicidado; hasta ahí nada raro. Pero al ver la dirección su instinto periodístico se encendió: el sector de Los Rosales en el norte bogotano y los detalles del suceso, como que la joven mujer vestía totalmente de negro, sus uñas pintadas del mismo color, con marcas de cortes en brazos y piernas y, quien decidió halar el gatillo frente a un espejo de piso a techo.


El viejo zorro reportero salió a cazar. Logró el teléfono y contactó al hermano de la muchacha, quien accedió a ser entrevistado y contar los detalles y toda la historia. Allí Castro Caycedo descubrió que la chica universitaria y de padres de gran poder adquisitivo pertenecía a una secta satánica, pero no las de destripar pollos o profanar tumbas; no. Describió las verdaderas que son tan antiguas como el tiempo y que son explicadas por él, al ser invitado a uno de sus ceremonias, con esa pluma que nos aterró como cuando narró la historia de la bruja Amparo rezando a políticos y a gamonales del primer narcotráfico en Colombia.


La segunda historia fue una muy vieja de los años 50, cuando un avión con platino se accidentó en la selva chocoana y como un grupo de cazafortunas, encabezados por dos hermanos se adentró en la espesura buscando los restos de la aeronave y el botín. Al final, el grupo de rompió y el resultado fue la muerte de algunos de ellos.


Y la tercera, que narraba cigarrillo tras cigarrillo, fue la de un grupo de jóvenes aventureros y geólogos de Santander, quienes decidieron hacer espeleología en las cuevas del departamento, con tan mala fortuna que se extraviaron y duraron varios días adentro de la formación natural, perdiendo la razón y quedar a punto de morir. Fueron rescatados. Castro los reunió y regresó con ellos a la cueva, para recrear la vivencia. Nos contó que el resultado fue totalmente sobrecogedor porque por hacer esa inmersión, los muchachos se enfrentaron y la reacción fue de miedo extremo.


Nadie habló. Todos quedamos a la expectativa de más detalles y tan solo con su vozarrón nasal, aquella que usó como director de Radio Santa Fe en algún momento de su vida para narrar y echar cuentos, respondió a la inquietud generalizada entre los redactores: ¿Cómo conseguir esas historias, las que lo habían catapultado?


“Sencillo. Ser detallistas y aplicar lo que ustedes son: periodistas. Mucha lectura, además, porque uno puede tener la historia más grande del mundo frente a la nariz, pero sin esta palabra, ‘contexto’, no pasará nada. Se echa a perder”. Ahí hice clic y decidí meterle el hombro y más partes del cuerpo a lograr concretar esas historias que a todos nos ilusionan y taladran, pero que no sabemos cómo ni dónde contarlas. 


Luego fueron encuentros esporádicos y espaciados hasta esa Feria del Libro, cuando me confirmó que estaba “buscando temas, porque se agotaron”. Tal vez por eso su último libro, “Huellas”, que publicó en 2019, es la recopilación de 33 historias que se le habían quedado en los apuntes, en las infaltables libretas, en esbozos y desarrollos que no lograron cuajar, en sus momentos. Más del género que le gustó navegar, el de la narrativa no ficción, con mucho de suspenso y con la sorpresa escondida entre las líneas de cada relato.


El libro fue premonitorio porque cerró su ciclo vital con esas historias que terminó. Ya batallaba contra el cáncer que no pudo superar y por el que la muerte no supo ni quiso esperar más. Paz en la tumba al maestro Germán Castro Caicedo. 

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