Por: Buque de Papel. Artículo y fotos: Mireia Mullor de Fotogramas
Aquí lo mejor del reportaje:
Francis Ford Coppola creyó que El Padrino iba a ser un fracaso absoluto. Lo creyó hasta el día mismo de su estreno el 14 de marzo de 1972 en el Loew's State Theatre de Nueva York. No lo fue, claro. Y aunque el director sigue considerando el rodaje como una de las peores experiencias de su vida, lo que dejó al mundo del cine en aquel momento se acabaría convirtiendo en una de las películas más emblemáticas de Hollywood. La película de ‘la oferta que no podrás rechazar’, de las naranjas y los cannoli, de los gángsters envueltos en sombras y la era de los antihéroes del Nuevo Hollywood.
La que para muchos cinéfilos es la mejor película de la historia del cine norteamericano cumple 50 años en este 2022. Basada en la exitosa novela de Mario Puzo, que vendió más de nueve millones de ejemplares, El Padrino revitalizó el subgénero de mafias convirtiendo el clasicismo en algo radicalmente moderno.
El historiador Mark Cousins la define en su influyente Historia del cine como "una película de gangsters rodada como una pintura de Rembrandt", una mezcla perfecta entre las técnicas del pasado y las revoluciones del presente, además de una representante del sentir de una época.
La película, como la sociedad estadounidense de los años 70, no creía en la idea de América, ni en la infalibilidad de la justicia, ni en la honestidad de los políticos, ni en la intachabilidad de los héroes. En ese contexto, Coppola ofreció una historia oscura para tiempos oscuros, y le costó sangre, sudor y lágrimas.
La película que nadie quería hacer
Cuesta creer ahora, 50 años después, que una de las mejores películas de la historia del cine fue una vez una cinta que nadie quería hacer. Al parecer, El Padrino sí que era una oferta que se podía rechazar. Grandes cineastas de la época como Elia Kazan, Arthur Penn, Costa-Gavras, Peter Bogdanovich y Richard Brooks lo hicieron. Paramount tenía los derechos de un bestseller que no le apetecía a nadie, una película de gangsters que, en una industria en pleno cambio, se veía pasado de moda, sin interés ni potencial. Ni siquiera Francis Ford Coppola tenía realmente expectativas sobre los resultados. En realidad, el director aceptó porque necesitaba el dinero: tenía una deuda de 300.000 dólares con Warner Bros., entre otros pagos pendientes, y su productora Zoetrope (fundada con George Lucas) se estaba viniendo abajo por momentos. Así, un trabajo aceptado por mera supervivencia se acabó convirtiendo en una de las cumbres del cine de Hollywood.
De esta manera, El Padrino empezó su camino, que fue de todo menos de rosas. Puede que Coppola entrase con reticencias a la producción, pero no tardó en comprometerse en cuerpo y alma a la historia de los Corleone, y las posibilidades visuales y narrativas de la historia. Lo que para Paramount iba a ser una película de bajo presupuesto aupada en taquilla por las ventas de la novela de Mario Puzo se convirtió en un monstruo (en el mejor de los sentidos) que no podrían controlar. "Coppola no era tan flexible como el estudio había supuesto", cuenta Peter Biskind en el libro Moteros tranquilos, toros salvajes, la crónica por excelencia del llamado Nuevo Hollywood.
Paramount quería modernizar la historia de Puzo, ambientarla en los años 70 para hacerla más contemporánea y rodarla en Kansas City porque era más barato. Pero Coppola tenía sus propias ideas.
"El joven director discutía por la época en la que se ambientaría la película (los cuarenta, el marco temporal de la novela), quería rodar en Nueva York, quería más presupuesto... Y se salió con la suya. Su empecinada negativa a ceder a las exigencias de Paramount, junto con la larga temporada que el libro llevaba en las listas de best-sellers, convenció al estudio, y la película, concebida como un producto barato y rápido, acabó convertida en algo muy diferente", continúa Biskind, que en su novela deja constancia de los mil y un obstáculos a los que se tuvo que enfrentar la producción, desde las amenazas de la mafia liderada por Joe Colombo, hasta las desavenencias entre Coppola y el director de fotografía Gordon Willis, Coppola y el productor Robert Evans, Coppola y... Coppola y todo el mundo, vaya.
Para colmo, debido a los retrasos y el aumento paulatino del presupuesto, la amenaza del despido pesaba sobre el joven director cada semana, y solo le mantuvieron a flote situaciones tan fortuitas como el Oscar por el guion de 'Patton', que renovó la confianza de Paramount. El único lugar en aquella época donde Coppola se sintió como en casa fue comiendo pasta en la casa de los padres de Martin Scorsese en Little Italy, o la Pequeña Italia, de Nueva York.
Viejo Hollywood Vs Nuevo Hollywood
Sin duda, el choque más notorio llegó al principio de la producción con la elección del casting. A Coppola no le importaban las estrellas, y en cambio buscaba autenticidad en sus protagonistas italoamericanos. Tuvo que luchar con uñas y dientes por conseguir a Al Pacino, en quien los productores no confiaban para llevar el peso dramático de la película, y aún más con Marlon Brando. Hoy no podríamos imaginar a otro Vito Corleone, pero, en aquel momento, los jefes de Paramount juraron que no elegirían al controvertido actor por nada del mundo. Pero, como hemos visto, Coppola no se rinde fácilmente. Se cuenta que solo hizo falta un vídeo de la transformación de Brando, con los kleenex en la boca y el pelo tintado, para convencer a los ejecutivos de que solo él tenía el magnetismo necesario para engrandecer el papel. Su Oscar a Mejor Actor lo certifica.
Como apunta Biskind, estos problemas en la elección de casting ejemplificaron a la perfección lo que suponían películas de la época como El Padrino: la colisión entre el Viejo Hollywood y el Nuevo Hollywood. Y es que es imposible hablar de la película sin insertarla en un movimiento que sacudió la industria norteamericana durante unos años.
Las revoluciones de El Padrino
El clima político y social era idóneo, la situación de la industria abrió el camino y las nuevas estrategias de distribución dieron resultado, sí, pero lo que convirtió a El Padrino en una de las películas más importantes de todos los tiempos va mucho más allá de todo eso.
La novela de Mario Puzo pudo expandirse en la gran pantalla con más lucidez que nunca (fue una ventaja tener al mismo Puzo a cargo del guion) y la película consiguió algunas innovaciones estéticas y narrativas que marcarían para siempre no solo el cine de gangsters, sino el medio en general. Sin ella no existirían películas como 'El precio del poder', de Brian de Palma; 'La noche es nuestra', de James Gray; 'Una historia del Bronx', de Robert de Niro; 'Camino a la perdición', de Sam Mendes y, por supuesto, 'Uno de los nuestros', de Martin Scorsese. Su sombra es alargada.
Por su parte, Francis Ford Coppola también tuvo grandes inspiraciones, desde la faceta más operística y lírica de Luchino Visconti ('El gatopardo') hasta la fotografía de Vittorio Storaro en 'El conformista', de Bernardo Bertolucci, quizás la mayor influencia confesa del director. De hecho, uno de los aspectos que más diferenció a la película en la época fue su uso de las luces y las sombras con voluntad expresiva, a cargo del brillante director de fotografía Gordon Willis.
Claro, esto ya lo habíamos visto antes: la etapa del cine mudo, en especial del cine negro clásico de Hollywood y el expresionismo alemán, fue pionera en este aspecto visual, pero en su mayor parte lo fue en blanco y negro. Lo que Willis consiguió en la imagen de color fue absolutamente magistral, innovador y radical. En su iluminación de los personajes protagonistas mostró las dualidades y las batallas internas (caras medio iluminadas, cuencas de los ojos hundidas en sombras...), y en los escenarios encontró la diferencia entre la luz y la oscuridad, la legalidad y la ilegalidad, la alegría de la vida en familia y la violencia del submundo criminal.
Volvemos a la primera escena: el despacho donde se toman las decisiones de la mafia está envuelto en sombras, mientras la boda está completamente iluminada en un día radiante y lleno de color. Mientras atiende los asuntos de su negocio, Vito Corleone mira a través de la persiana de la ventana con cierta tristeza. El plano rodado desde el exterior, muestra a un hombre encarcelado, atrapado entre dos mundos irreconciliables, anhelando romper esos barrotes y pasar de la oscuridad a la luz para estar con aquellos que más quiere. Al final, será su deseo de legalizar su empresa lo que encienda la mecha de una guerra entre mafias que lo cambiará todo para su familia, especialmente para su hijo Michael Corleone.
Ahí reside el encanto de El Padrino: no es una historia clásica de gangsters prototípicos y malvados que deben recibir su castigo al final de la historia, sino un relato contado sobre las zonas grises que explora temas como la familia, las herencias entre padres e hijos, las luchas de poder y las fronteras difusas entre el bien y el mal. Nos demostró que, hasta en un mundo criminal donde los problemas se resuelven a tiros, los sentimientos más básicos del ser humano siguen prevaleciendo. Que las personas somos complejas y multidimensionales y no podemos ser reducidas a los designios del Código Hays. Desde luego, la posibilidad de identificarnos con un personaje moralmente reprobable fue una de las grandes rupturas que ofreció el Nuevo Hollywood respecto al cine precedente, y posiblemente uno de los inicios más claros de la tradición del antihéroe en la gran pantalla.