La bohemia porteña se toma en los cafés

La bohemia porteña se toma en los cafés

Sinónimo de lo que aquí llaman “porteñidad”, los cafés de Buenos Aires han sido desde siempre los puntos de encuentro de una sociedad que exterioriza su forma de ser en la charla con los amigos, de fútbol y política, o de algo menos trascendental como la vida del barrio, sus problemas y triunfos personales, todo al calor de un café, de una cena, o de una cerveza.

Por: Buque de Papel, Buenos Aires


Desde los decorados, con los llamados “fileteados”, esa pintura especial colorida de molinetes y florituras que representan la vida tanguera y porteña, hasta los mesones en estaño, la decoración que traen desde hace más de 100 años, y el paso de generaciones de dueños y familias, los cafés porteños, que no son “for export”, fueron retratados en una serie llamada ‘El Tiempo de los Bares’, un fotorreportaje de Liliana Bustos, exhibido en la Universidad de Buenos Aires y que espera ser publicado el año entrante.


Buque de Papel habló con esta mujer, que trabaja en conservación del Museo de la Casa Rosada, la sede presidencial argentina, y quien en su mirada tiene la chispa y el paso del tiempo que significó retratar esos cafés “cutres” (populares) que para ella encierran el ser porteño, primero, y el argentino después. 


Buque de Papel: ¿Desde cuándo la idea de retratar cafés?


Liliana Bustos: desde hace 10 años, pero no sólo con cafés, sino con bares y despachos de bebidas. Esas son las tres categorías de cada establecimiento donde se reunía la gente, como donde estamos.


Los despachos de bebidas eran almacenes típicos y a lado tenían al café. Así quedan aún barrios todavía, muy pintorescos, con botellas llenas de hace 100 años, como El “Miramar”, entre las calles San Juan y Pichincha, que sigue abierto y lo mantienen muy bien. 


B.P: ¿El bar es típico porteño?


L.B.: sí, y en especial de los barrios de la ciudad. A mí siempre me han atraído los bares, me la he pasado tiempo estudiando, leyendo, esperando gente. Por eso jugamos con el nombre de la muestra, ‘Tiempo en los bares’, el tiempo que tienen de existencia y el rato que se convive sólo o acompañado dentro del lugar.


B.P.: los cafés son sinónimos de bohemia, de letras, de poseía…


L.B.: la literatura porteña habla todo el tiempo de los bares. Borges, Arlt, Sábato, Cortázar los mencionaron en sus escritos. 


B.P.: ¿Cuáles son los sectores o barrios donde aún se siente esa magia especial del bar, del café, del despacho de bebidas?


L.B.: el barrio de San Cristóbal, Boedo, San Juan, Pichincha, y en Constitución existe uno que se llama La Coruña, que tiene hasta esos olores a añejo. Y después Flores, Mataderos, Villa Urquiza, Caballito y Belgrano, donde han ido desapareciendo y mucho más a partir de los 90 con la globalización y la onda “menemista” (Por el ex presidente Carlos Menem). Había uno muy particular frente al parque Rivadavia, donde cuentan las anécdotas se reunían los anarquistas, hecho que descubrí ya grande. 


B.P: ¿Cómo fue el trabajo de investigación para el fotorreportaje?


L.B: el recorrido se hizo en colectivo. A medida que iba por la ciudad anotaba los lugares exactos para volver. Y al fin de semana llevaba la cámara, el trípode, y me anclaba allí. Miraba el movimiento, me acercaba a la barra, le preguntaba al dueño o al mozo si podía sacar una foto, y ahí empezaba todo. La gente posaba, se sentía una catarsis especial y una camaradería especial. Hace 10 años era más tranquilo. Lástima no haber tenido una filmadora porque el detrás de cámaras, como se dice, para las fotografías fue increíble, a pesar de que nunca cumplí con llevarles la foto después.


Y organicé los bares por barrio. Almagro tenía muchos, Palermo viejo también, pero con toda la movida moderna que hay se convirtieron. Aún queda la confitería Las Violetas, que reabrieron conservando su estilo, porque con otros, como el de Los Angelitos, así se escuche el tango y se ponga todo en escena, ya no es igual, y se volvió “for export”, o para turistas.


B.P.: ¿Qué relación tienen los clientes con los cafés?


L.B.: mucha. Quizá el público es el que conserva algo de ese espíritu, como en los bares de los barrios. A mí me llamaba la atención la deshora para reunirse. A las 11 de la mañana, a las 3 o a las 5 de la tarde. Por ejemplo, en Almagro, en un despacho de bebidas que aún funciona, un día le pregunté a uno de los clientes en la barra, ¿y usted cuando se va? —Cuando cierran –me contestó. Y ya se había bebido casi todo, a las cinco de la tarde.


Gajes del oficio


B.P.: ¿A usted cómo la influenciaron los cafés y bares?


L.B.: fueron determinantes. Yo viví en dos lugares, al mismo tiempo cuando era chica: en Núñez, y el fin de semana íbamos con mi mamá a Boedo, en Avenida La Plata y Caseros. Todos, primos, tíos, tías, sobrinos y sobrinas, nos íbamos al café Metania, en Avenida La Plata antes de los partidos de San Lorenzo. Era como un ritual.


B.P.: ¿Qué la desmotivó?


L.B.: haber perdido muchos momentos y registros de bares y cafés que ya no están más. Con muchos me pasó que se trancaba la cámara y luego no volví, y al regresar ya no existía. Y eso fue un bajón. Incluso dejé de tomar las fotografías, La muestra va entre 1997 y 2001.


También muchos de los dueños eran personas mayores que se morían y los hijos los vendían, o los reformaban totalmente, sin conservar ese valor histórico, esa raíz. Con esto no digo que me oponga al desarrollo, que está bien, pero como curadora sé que se pueden equilibrar estos dos principios: desarrollo y conservación.


B.P: ¿Los cafés y bares porteños son diferentes a los de otras latitudes?


L.B.: una amiga española me lo definió muy bien. “Ustedes los argentinos son muy melancólicos, nostálgicos, se sientan en la mesa y ya no se levantan más; en cambio nosotros vamos de caña en caña, y así ahogamos las penas de un lado al otro”.


B.P.: ¿Le interesa fotografiar a otro sector?


L.B.: y además de los bares, hay otros sectores que también se están perdiendo, como las panaderías y las verdulerías. Las panaderías que aún tienen el frente en madera, los cubículos para el pan y las facturas. Muchos tienen diseño antiguo, estantes de colores, el reloj en el centro, y ya no quedan tantas. Me gustaría volver sobre ellas. 


B.P.: ¿Y qué se lo impide?


L.B.: la tecnología. Tendría que volver a mi cámara réflex Yashica, y a blanco y negro, porque la digital que tengo es casera. Mandé unas fotos a un concurso y la resolución era horrible. Además, con la cámara tradicional y a blanco y negro se le da ese aire de nostalgia, con sus sombras, sus profundidades de campo y composiciones. 


B.P.: con ‘Tiempo en los Bares’, ¿qué sigue?


L.B.: la idea es publicarlo como libro en 2008, pero hay que cuadrar las fotos y hacer el texto. Es un trabajo documental. Y cruzar partes de fragmentos literarios con esas placas. 


Curiosidades


B.P.: ¿Qué fue lo más curioso que descubrió con ese trabajo fotográfico?


L.B: casi todos los dueños de los bares son gallegos. Hay uno en Montes de Oca y Martínez, en Barracas, donde la dueña era gallega. Y eso sí que llama la atención, mujeres administrando bares y cafés en un mundo de hombres en su mayoría. 


También sucedió que al principio del trabajo las personas se escondían, o alguna que otra pareja que no quería ser pillada. Y por eso fui los sábados, era el día de otro movimiento. Hasta había una biblioteca en uno de ellos, para los habitués. 


B.P.: ¿Cuál es el aporte que siente con este trabajo?


L.B.: preservar la identidad. Los argentinos tenemos un gran conflicto de falta de identidad, y así se agrava con la no conservación del paisaje urbano y borrando los archivos.


B.P: ¿Por qué tánatos y eros en la fotografía?


L.B.: erótico es lo que te lleva a capturar ese instante, que nunca se repite, y eso último es el tánatos, la muerte de ese mismo instante. Algo que no se repite más y queda plasmado. Con los talleres que dicto busco generar en la gente un apasionamiento con eso que tienen, con los álbumes que son tesoros.


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