Por: Leonardo Alba Mejía, Buque de Papel.
La gente llegó temprano para escuchar a José Saramago. Una larga fila a la entrada del teatro Jorge Eliécer Gaitán, de Bogotá, estaba custodiada por Fuerzas Especiales de la Policía. Un grafiti al frente del teatro en ese momento adquiría un valor especial: “Opine Diferente”.
Y lo contamos porque hay en las reflexiones de este Nóbel una lúcida manera de provocar el pensamiento y de entender que el ejercicio literario no tiene por qué ser un asunto de algunos escritores que se encierran y, asistidos por unas musas, se aparecen con una novela y nos sorprenden.
Saramago no es sólo el hombre que desentraña situaciones de unos congéneres que pierden la vista, ni nos cuenta la vida del ceramista de la caverna, al que su cuidadoso trabajo de artesano a nadie le interesa; ni el que relata su propia vida entre campos de olivos; es también quien afirma que eso de la democracia es una gran mentira, y que los gobiernos en el mundo no son otra cosa que unos emisarios de un poder mayor que nadie ha elegido.
Allí estaba esa noche al lado de Laura Restrepo la mujer de “Dulce Compañía”, de “El leopardo al Sol” de “Delirio” (premio Alfaguara de Novela) y lo que se deshilvanó en ese, a veces molesto género llamado entrevista, se fue convirtiendo en una bella conversación, Los que estábamos allí esperábamos que no se acabara nunca, como Sócrates, quien antes de beber la cicuta animaba con más pasión la conversación, por la sola felicidad de seguir pensando antes de morir.
En la primera parte de la charla el tema fue la Literatura, el origen de sus personajes, la manera como los concebía: “yo no tengo una relación autoritaria con los personajes, yo los dejo libres”. No obstante, establecía una frontera clara y era la de que ellos, sus personajes no cometan el error de traicionarse o de que su carácter esencial se diluya.
Y confesó que en el fondo del trabajo literario todo es autobiográfico. Lo que se reveló casi como una invitación a que todos los seres humanos escriban su autobiografía y hacer entonces de “la luna una gran biblioteca humana”.
Se habló sobre las palabras, el vértigo de ellas, su poder de evocación, la posibilidad de darle un sentido humano a través de la literatura, de toda esa fuerza que ha terminado por perderse. “Porque la palabra ‘Democracia’, por ejemplo, no significa lo que dicen los políticos que significa”, dijo.
De su infancia rescatada en su libro “Pequeñas Memorias”, afirmó que el trabajo consistió en pasar al papel “lo que yo sabía que había pasado”, sin pompa, relatado con naturalidad.
En algún momento, y ya sobre el final, la conversación adquirió un tono trascendental. La escritora Laura Restrepo, frente a tantas y rotundas afirmaciones desesperanzadoras de Saramago sobre el mundo que nos ha tocado vivir, intentó resumir con esta frase ese desazón humano que bien refleja el Nobel en sus obras, pero mezclado con algo de luz en ese túnel que tanto nos pinta la literatura y lo convencional a la hora de la creación: “Lo importante no es tanto la esperanza, ésta se puede perder, pero no la dignidad”.