Por: Buque de Papel. Buenos Aires. Fotos y videos: Buque de Papel.
A pesar de la distancia geográfica y que nunca zanjó al exiliarse en la última dictadura militar de este país, Cortázar no dejó de llevar en sus escritos, en la piel, en la mente, a su casa, a su ciudad, a su Argentina, la que vivió de niño y joven, y la que aprendió a respirar en la distancia de París o de la Bélgica donde nació.
Así que como el saxofón de Parker, al que tanto admiró el escritor y al que le dedicó el texto de El Perseguidor, la expo tiene múltiples texturas y montajes como el de Rayuela con gigantografías y los clavos que se mencionan en esta su novela culmen y a la que hay que leer como se plantea, es decir a saltos y no en forma lineal y cronológica: brincando la rayuela, o en otras latitudes latinoamericanas, el juego infantil de la Golosa.
También hay pinturas propias y de su rostro gigante, como enorme su estatura, trabajo y talento a la hora de escribir. Los homenajes, textos y entrevistas están a la hora del día, y las confirmaciones en libros biográficos, como el de su amiga
Cristina Peri Rossi, quien reveló que
Cortázar murió de sida, cuando aún no se había identificado el síndrome como tal. En 1981 sufrió una hemorragia estomacal y para salvarle la vida le hicieron una transfusión con sangre que resultó contaminada. Contagio a su esposa que falleció primero, y luego él.
New Paragraph
En una entrevista con la televisión pública argentina dio detalles de sus gustos, fobias y los disparadores para hacer de la literatura su vida. Ateo, como toda su generación, dijo sin sonrojarse (aunque el programa a blanco y negro no permite verlo) que Louis Armstrong era uno de sus dioses. “Mis dioses están aquí en la tierra”.
Su primer libro de poemas fue “Presagios”, de 1938, cuando confesó que era muy malo para las cronologías, al recordar que fue profesor de la escuela normal porque debía ayudar a su mamá y hermana con la economía del hogar. Añadió que siguió escribiendo y que tuvo a Borges y a Arlt como sus “maestros”. Del autor de Los Siete Locos, de Roberto Arlt, dijo que admiró cómo condensó en su obra novelística “el momento en que el hombre no ha reparado que está enfermo de cobardía y de cristianismo”. “Un ensayo de la muerte” lo hizo para explorar, como Lorca, el otro lado, y durante la Segunda Guerra Mundial elaboró “El Examen”; un texto que jamás fue publicado.
“Me siento perdido si se pretende que lo que escriba sea en forma de ensayo de opinión. No soy un hombre de ideas. Me siento más cómodo en ese mundo irracional, ese es mi hogar”, agregó.
Aquí es donde habló de “Bestiario”, donde recopiló Las tristezas de los niños, como el que llamó primer golpe y fue la duda de su mamá por sus piernas, ya que tuvo polio y se creía nunca iba a caminar. También, conoció la muerte temprano.
Sobre la “Casa Tomada” constató que fue su recuerdo de la casona de Banfield en el sur del conurbano bonaerense, donde vivió desde los cuatro años, fue infeliz y en donde mezcló esa desazón con el terror que le inoculó la lectura de Edgar Allan Poe. “Ese cuento fue el resultado de una pesadilla, donde viví una sensación de amenaza, de que era el final y que me iban sacando de la vida. El gato era mi hermana”.
Añadió que a los 18 años intentó irse de polizón a Europa y lo descubrieron, y luego sí llegó al Viejo Continente, sonriendo al no contestar si se había colado en barco o en avión.
Buque de Papel se suma a este homenaje para El Enormísimo Cronopio, como se le llamó, navegando a dos aguas entre la realidad de un país otra vez convulso y la imaginación, donde todo es posible “y sale gratis soñar”.
“Mi mundo es uno en donde la realidad y la fantasía se entrecruzan”, advirtió como un gato que se escapa por una cornisa.